En dos características encontramos encerrado al hombre de nuestros días: en la sobre ocupación, que alterna con el hambre a excitarse de las variadas seducciones de nuestro tiempo, en el agobio sin descanso, y por el otro lado lo vemos en el aburrimiento, en el no encontrar un sentido en su vida, de tener que depender de las circunstancias impuestas, de ir constantemente a la caza de entretenimientos, de distraerse.
Ambas formas de llevar la vida, que se observan tanto aisladamente como también conjuntamente, alternándose y de continuo intercambio de acuerdo a motivaciones externas e internas en el mismo hombre, señalan que somos en cierta manera esclavos de las circunstancias. Esclavos de causalidades, de acontecimientos que nos llevan, nos arrastran y nos conducen por caminos estando dormidos, sin darnos cuenta realmente a donde somos llevados.
Una vez nos damos cuenta de esta situación, nos asombramos, en tal instante logramos encontrar un instante de tranquilidad y silencio para comenzar, sin mayores conocimientos ni prácticas disciplinadas a observarnos. Ahí nos preguntamos:
¿Por qué tengo que ser así como soy? ¿Porqué tengo que dejarme arrastrar por las circunstancias y situaciones de la vida? ¿Porqué no puedo ser dueño y señor sobre mi mismo?
Estas preguntas que serán como fuego en el interior del hombre, no nos dejarán en paz . Cuando se avienen tales cuestiones con sinceridad, el hombre buscará en silencio su solución. El hombre superficial siempre buscará al culpable fuera de sí mismo; nunca lo será el mismo.
Así comenzamos a observarnos. Desde luego, nos olvidamos de observarnos cuando retomemos la rutina de todos los días. Cuando estemos nuevamente en la calle y comenzamos a correr, a apurarnos sin descanso, o cuando vemos que los entretenimientos tienen mas fuerza seductora sobre nosotros mismos.
Pero no ha de faltar el instante de nuevamente hacer un alto en el correr de la vida, buscar el silencio y encontrar la oportunidad de observar todo nuestro entorno. Recordamos que una vez al observarnos hemos descubierto algo. Por pequeño que haya sido, nos representa hoy un gran valor. El valor consiste en seguir adelante y seguir observándonos. En tal camino de la observación nos descubriremos a nosotros mismos. Eso puede asustarnos. Ciertamente este sendero es para valientes y osados. Al tiempo descubrimos, que para conocer a los demás debemos conocernos a nosotros mismos. Además habremos encontrado una relación entre el mundo mío con el mundo externo.
Descubrimos en aquel instante que hay un vínculo entre ambos mundos, que es muy estrecho, si es que me haya tomado el necesario tiempo y paciencia para ello.
En tal observación incluimos nuestras reacciones de lo que sucede. Estas sensaciones, aquellas impresiones que atañen al mundo del pensamiento, de las mismas ideas, nos hacen ver que tenemos un centro mental, que tiene sus propias funciones, y que son muy específicas. Por otro lado notamos que existe un centro emotivo con todo su vasto mundo desde las sensaciones burdas hasta los más elevados sentimientos y percepciones o notamos la existencia del centro motor, que tiene sus leyes propias de tipo mecánico. Además de tales centros notamos muy en especial en la actualidad un marcado énfasis en todo lo que es el sexo. O sea que también tenemos un centro sexual, que es preciso gobernarlo para ser realmente efectivo en la vida. El último centro, que es bastante desconocido en la generalidad, el centro instintivo, que funciona sin nuestro real cuidado.
Cuando aprendamos el funcionamiento de tales centros y a conocer sus características específicas, su relación entre sí, es cuando podremos realizar con más éxito la observación descrita anteriormente. Son tales centros los que reciben las impresiones del mundo externo, y es de suma importancia de como las elaboramos, las ordenamos y clasificamos en tales centros, y únicamente así ellos nos podrán ser útiles para descubrirnos a nosotros mismos. Así tenemos que registrar muchos errores provenientes del mal uso dado a los centros, y tales errores han promovido y siguen manteniéndonos en la ilusión de ver la realidad. En las religiones se ha hablado mucho de la necesidad de Despertar, de nacer de nuevo, convertirse, etc.
El hombre así como lo vemos, y también nosotros nos encontramos en el estado de sueño. En este sueño, como el que tenemos al descansar en la cama, en donde nos confundimos con aquella realidad, lo tomamos como realidad y no nos damos cuenta de que estamos soñando, de la misma manera en estado vigílico, soñamos que estamos presenciando toda nuestra realidad. Tal confusión proviene del erróneo uso que le hemos dado a los centros; del desconocimiento de nosotros mismos por no observarnos, y por no recordarnos durante el día. Recordarnos es permanecer en el presente; es un estado de ser consciente, y únicamente en tal estado de conciencia vemos la plenitud de la realidad, de las reales posibilidades del hombre; es el estado en donde hay una transformación en nosotros y en donde también el mundo se ha de transformar. Recién ahí habrá una posibilidad de una convivencia en paz y comprensión entre los hombres, en donde sabremos amar íntegramente, sabiendo pertenecer a la familia de toda esta maravillosa creación.